Las niñas bien que la pasaron mal


Han pasado más de 30 años desde que Guadalupe Loaeza publicó sus crónicas de Las niñas bien, una serie de divertidos y ácidos textos que sin ser maliciosos retrataban a la élite mexicana de los ochentas, exhibida tanto por sus intereses como por lo ajena que estaba de cualquier otra realidad que no fuera la suya. Ahora, en su afortunada adaptación al cine nos adentramos al mundo de este grupo social de la mano de la directora Alejandra Márquez Abella quien nos propone un retrato tan humano como crítico muy vigente para estos tiempos.

Sofía es el prototipo de “niña bien” de Las Lomas, casada con un “buen hombre”, con personal de servicio que se hace cargo de la casa mientras ella ocupa sus días entre ir de compras, asistir al club donde concurre su grupo de amigas y organizar su agenda alrededor de los múltiples eventos sociales. La estabilidad y el ritmo de vida al que hasta entonces Sofía estaba acostumbrada de pronto se ve amenazada por dos sucesos imprevistos; la llegada de una nueva integrante al grupo de amigas y el inicio de la grave crisis económica que padeció México en esa época y que vulnerabilizó a toda la sociedad incluyendo aquel sector que parecía intocable ante los problemas de dinero.
La película arranca con una grata propuesta simbólica y visual donde podemos apreciar una fotografía armónica, paleta de colores neutra y una iluminación casi vaporosa que evoca la intrusión a un mundo de ensueño, que es el mundo de “Las niñas bien”. Al mismo tiempo nos muestra en pantalla a una Sofía haciendo gala del ego con su imagen repetida en varios ángulos por múltiples espejos. El título de la película aparece en unas pequeñas letras rojas (así como se ve en el libro Las niñas bien en su edición de Cal y Arena) y contrasta precisamente con el estilo de vida que al inicio lleva la protagonista y que también nos señala el probable tratamiento de la película: una apuesta por algo neutral y más bien serio.

La película trabaja desde diversos planos cinematográficos para contar la historia.  Destacan los variados “primer plano” de objetos, acercamientos que acentúan la importancia de los accesorios “clave” dentro del código social ¿qué lentes, qué bolso, qué marca? Y también los que llenan la pantalla con el rostro de Sofía, interpretada por la actriz Ilse Salas quien supo trabajar y explotar su capacidad para ofrecernos un personaje íntegro y muy honesto que facilita al espectador una relación de asimilación y finalmente de comprensión hacia ella.
Las actuaciones en esta película son impecables y resulta muy agradable saber que en México cada vez se hace más cine con esta calidad de trabajo. Por una parte Ilse Salas sabe darle a Sofía de Garay todo el volumen y fuerza que necesita una mujer que hace lo posible por mantener el status quo ante el inminente desmoronamiento de su vida tal y como la conoce, además con el mérito de tener que hacerlo desde las claras limitaciones que tiene su personaje. También está la incursión de Ana Paula, una nueva “niña bien” que busca la aceptación del círculo social al que aspira integrarse y del que procura nutrirse. En este papel se aprecia como Paulina Gaitán crea a una mujer que va de ser amable e incluso tierna a una cada vez más fuerte y segura de sí misma.
Por otra parte, y recordando que en las dinámicas sociales nunca estamos solos, están los personajes de Cassandra Ciangherotti (Alejandra) y Johanna Murillo (Inés), quienes logran reafirmar que el miedo ante las crisis puede volver las relaciones algo muy frágil.  En esta historia,  tal como la muestra la directora quien también trabajó y escribió el guion, no hay heroínas ni villanas, son mujeres al fin y al cabo, un poco víctimas de la jaula de sus creencias, pero también con sus propias motivaciones, sueños, desilusiones y que tratan de librar el mal paso lo mejor que pueden.

Entre la galería de personajes femeninos destaca el excelente trabajo que hace el actor Flavio Medina, conmueve como logra impregnar al personaje de Fernando, esposo de Sofía, un camino que va de la alegría a la tristeza y que en su punto más álgido podemos percibirle como víctima de la desolación y desesperación. El tono de la película resulta claramente femenino y esto es un gran acierto porque en este caso podemos ver a un personaje masculino de esa época en México, frágil y emocionalmente fragmentado, como pocas veces dentro del discurso imaginamos o incluso aceptamos que puede verse.
La idea de la “niña bien” está profundamente arraigada en la sociedad mexicana y se nutre de elementos tales como la familia, la discriminación, el clasismo, el racismo, la corrupción, la injusticia, así como del hermetismo social y político para hablar de estos temas. Asimismo encierra en su categoría de “niña” una idea construida desde hace  tiempo  sobre un “ideal femenino” y que en los últimos tiempos se ha reformado gracias a las luchas constantes de muchas mujeres que se han atrevido a replantear el significado del concepto y a lo que se puede o se debe aspirar en este sentido.
A partir de esto me parece importante abordar el tema de “Las niñas bien” desde una perspectiva de género. Una directora del nivel de Alejandra Márquez le aporta una sensibilidad diferente a la obra de Guadalupe Loaeza, sin trivializarlo, ridiculizarlo, parodiarlo o incluso satirizarlo, sino mostrando una cotidianidad muy humana y sincera. El cine permite explorar toda clase de miradas y hacia todos los sectores sociales, en este caso debe reconocerse y aplaudirse a todo el talento que logro hacerlo con la calidad que merece la cartelera mexicana.
Texto por: Nubia Cejudo

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